El
hombre que comió diablitos
“A
los 19 años, yo era un muchacho alegre, sin nadie que insistiera en mis
deberes.
“Una
vez me enteré que se celebraría un baile en el pueblo […] Por fin me decidí y
salí de mi casa para ir al mentado baile […] Por todos lados se veían mujeres
hermosas que bailaban con gracia al
sonar una banda […] Pero al poco rato se acercó un pelao que no me pintó tan
mal y me dijo:
“—Ándele
amigo, anímese, póngase a bailar.
“¡La
pura vida!, decía yo de lo bien que la estaba pasando, aunque poco después me
sentí algo mareado y muy hambriento.”
“Llegó
el momento en que mi hambre fue insoportable, como no encontré nada qué comer
pensé en regresar a mi casa para buscar algo. Sólo que antes de salir del
lujoso salón miré hacia la puerta y me fijé en dos enormes barriles de madera
que estaban ahí cerca. Olvidé por un momento a las mujeres y me acerqué a los
barriles, disimuladamente me asomé a unos de ellos y ¡cuál sería mi sorpresa
cuando descubrí que estaban llenos de tornachiles güeritos! Con el hambre que
traigo, pensé, estos chilitos curados no están pa’ despreciarse.
“Cada
tornachile me sabía a gloria y los rabitos los aventaba discretamente a la
pista de baile.
“Buen
rato me la pasé come y come y sin que nadie me molestara, pero de pronto me
miró el hombre de la fiesta y se acercó muy asustado:
“—¡Hombre,
amigo! —me dijo poniéndome la mano en el hombro— ¡váyase de aquí antes de que
lo vean porque si no, olvídese!
“Yo
no sabía de qué estaba hablando y le pregunté sorprendido, entonces él me
explicó que me estaba comiendo la cría, y me hizo una seña para que me fijara
en las mujeres de la fiesta.
“Las
observé y me quedé tieso de susto. ¡Eran diablas!, hembras con cola y cuernos, aunque
disimulados por el peinado y el vestido. Me dieron ganas de salir corriendo,
sobre todo cuando vi los rabos en el piso. ¡Qué rabos ni que nada!, eran las
colas de los diablitos que se retorcían en el suelo. De los diablitos güeros que
yo había comido, hijos de aquellas hembras y de aquel varón a quien,
finalmente, veía con cuernos y cola horribles, como pocos se lo imaginan.
“Sin
hacer más preguntas me acerqué a la salida y cuando ya estaba afuera, se me ocurrió
decir: ¡Ave María purísima!, y de inmediato aparecí en medio de una troje
grande y un poco destruida… Ya no había salón, mujeres ni música. Para colmo,
el rumbo hacia mi
casa
se divisaba bastante lejos, no fue fácil el regreso.
“Desde
entonces, desde aquel baile en el que calmé mi hambre con diablitos, padezco de
un dolor de barriga que no se me quita nunca, ande con quien ande y vaya a
donde vaya.”
Consejo Nacional de Fomento Educativo, ¿No será puro cuento?,
Serie Fomento Cultural, Consejo Nacional
de Fomento Educativo,
México, Conafe, 1997.
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