sábado, 6 de octubre de 2012

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Armas biológicas

Miguel Ángel Cevallos

Si la cuarta guerra mundial se librará con piedras y palos, en la tercera seguramente usarán virus y bacterias

LO QUE SUCEDIÓ el 2 de abril de 1979 en Sverdlovsk, en la ex Unión Soviética, no fue más que una prueba de algo que se sospechaba desde hacía ya mucho tiempo: el armamento biológico de destrucción masiva es una realidad.

En esa fecha, en el complejo militar número 19, hubo una explosión que accidentalmente liberó unos cuantos miligramos de esporas de Bacillus anthracis. Pocos días después, 96 personas enfermaron de ántrax; 69 de las cuales murieron. Ésta fue la peor epidemia de ántrax humano adquirido por inhalación de esporas registrada hasta la fecha. Durante años, las autoridades de la antigua Unión Soviética argumentaron que la epidemia fue originada por el consumo de carne contaminada con bacilos del ántrax, situación que muy de vez en cuanto sucede sobre todo en regiones en las que este bacilo habita naturalmente, como es el caso de Sverdlovsk (hoy Ekaterinburgo). Sin embargo, en mayo de 1992, Boris Yeltsin admitió que en Sverdlovsk se estaban desarrollando armas biológicas, el ántrax entre ellas. Ese mismo año emigró a los Estados Unidos el doctor Ken Alibek, quien fuera científico en jefe de 1988 a 1992 del "Biopreparat", la institución militar soviética encargada del desarrollo de las armas biológicas y confirmó que Rusia posee armas para una guerra biológica en gran escala. Este género de guerra no es nuevo y de hecho se ha usado en múltiples ocasiones desde la antigüedad. Los romanos arrojaban animales muertos en los suministros de agua de sus enemigos con el fin de contaminarlos. Los tártaros, en el siglo XIV, lanzaron con catapultas cadáveres infectados con peste, sobre las murallas de la ciudad de Kaffa, esperando así contagiar a sus habitantes. Durante la llamada guerra franco-india (ocurrida de 1754 a 1763 y en la que se enfrentaron Francia y Gran Bretaña por el dominio de territorios de parte de lo que hoy es Canadá y los Estados Unidos), el ejército británico obsequió a los indios americanos, aliados de los franceses, cobijas que habían sido usadas por personas enfermas de viruela, iniciando así una epidemia que diezmó a muchas tribus. Durante la década de los treinta, en la guerra chino-japonesa, los japoneses utilizaron la peste como arma, afortunadamente sin mucho éxito.

    En la primera Guerra Mundial, Alemania usó el ántrax contra el ganado caballar y vacuno que aportaban a las fuerzas aliadas España, Noruega, Argentina, Rumania y -hasta antes de que se involucraran en la guerra, en 1917- los Estados Unidos. Se sospecha que durante la segunda Guerra Mundial, los rusos utilizaron la tularemia contra los alemanes durante el sitio de Stalingrado; esta enfermedad es producida por la bacteria Francisella tularensis y usualmente se transmite a través de picaduras de garrapatas, pero también se puede adquirir por beber agua contaminada o por estar en contacto con carne de mamíferos infectados (principalmente conejos); la tularemia se puede presentar de diversas formas, entre ellas un tipo de neumonía muy grave. En esta misma guerra, los japoneses hicieron uso de armamento biológico contra los chinos (otra vez sin mucho éxito) y además experimentaron con éste en prisioneros de guerra estadounidenses. Al terminar la guerra, el gobierno de los Estados Unidos pactó con los japoneses no someter a sus científicos a juicio por crímenes de guerra, ¡a cambio de compartir los resultados de tales experimentos! Los datos así obtenidos enriquecieron el programa de armas biológicas del gobierno estadounidense iniciado en 1942. En países como Canadá, la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos, los programas de armamento biológico se expandieron al finalizar la guerra y cobraron auge durante la guerra fría. Este crecimiento se detuvo, al menos oficialmente, con la firma del tratado surgido durante la Convención de Armas Tóxicas y Biológicas de 1972, en la cual se prohibe el uso y desarrollo de armas biológicas. Una de las debilidades del documento es que no se establece ningún mecanismo de verificación. A pesar de que este tratado fue firmado por 140 naciones, se sospecha que China, Vietnam, Laos, India, Bulgaria, Irak, Irán, Taiwan, Siria, Cuba, Corea del Norte, Egipto, Israel, Japón, Estados Unidos y algunos países del ex bloque soviético todavía tienen programas de desarrollo de armamento biológico e incluso, algunos de ellos cuentan con grandes cantidades almacenadas.

    Lo que últimamente ha alarmado a las autoridades de muchos países es que ciertos grupos terroristas ya tienen acceso a armamento biológico. Por ejemplo, en 1995 se descubrió en Japón que el culto Aum Shinrikyo (Verdad suprema) responsable del ataque al metro de Tokio con el gas neurotóxico Sarín, también desarrolló armamento biológico e intentó usarlo en al menos ocho ocasiones. Incluso, se sabe que en octubre de 1992, su líder, Shoko Asahara, y otros 40 miembros viajaron a Zaire supuestamente para ayudar a las víctimas del ébola pero probablemente su objetivo fuera obtener muestras del letal virus. Sólo en 1997, en Estados Unidos se investigaron cerca de 100 amenazas terroristas en 50 las cuales se alegaba la participación de agentes biológicos.

Articulo publicado en el segmento: Ojo de Mosca
¿Como ves? Revista de Divulgación de la ciencia de la UNAM
Consultado el 04 de octubre de 2012 de:
http://www.comoves.unam.mx/articulos/armasbiol.html

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